¡No lo podía creer! Su suerte estaba empezando a cambiar. Él lo notó al atardecer del día anterior a los hechos. Si alguien por la calle lo detuviera a preguntarle cuál había sido la pista definitiva, él seguro que contestaría el OLOR, sí el olor en el aire, una especie de vaho de hadas que le dio en la cara justo cuando salía de la oficina de empleo.

            Pero no se llamen a engaño. La chica de la ventanilla ni siquiera le sonrió, se limitó a rellenar los huecos en sus formularios, a teclear sin mirar el teclado, ni a él, sólo a la pantalla y después lo mandó a firmar, le recibió el resguardo y pulsó una tecla para que el número apareciera en la pantalla.

            Siguiente - se oyó decir.

            No importaba. Cuando le dio la espalda sintió que a su alrededor el mundo era negro, frío, insensible, una mierda completa y que nada pasaría si un coche no se detuviera al verlo a él tirado sobre la calle.

            Sin embargo en cuanto salió el vaho de las hadas rozó sus mejillas. La calle se iluminó, y si sus oídos no lo engañaban, hasta música se escuchó por los alrededores. Pero ¿por qué?

            Otro día para llenar sin cosas qué hacer, lo primero sería tomarse un café en la esquina, antes de que hasta eso le fuera vedado. Se dio incluso el lujo de leer el periódico y oler los panes que estaban saliendo del horno.

            Caminó hasta el cansancio, esa era una buena receta contra el insomnio y se daba gracias a si mismo por ponerla en práctica desde que se quedó sin empleo. Así, fue agotando las opciones que lo alejaban de casa hasta que ya no se pudo resistir y cabizbajo, decidió que era hora de regresar, al menos mientras tuviera casa. Las penumbras volvían a rodearlo disipando el vaho de hadas de las mañana.

            Llegó a su casa, más por usar la llave que por costumbre abrió el buzón del correo, fue desechando la publicidad que estaba a punto de desbordarse, fue mirando lentamente los sobres mientras los tiraba a la basura, cuando las manos le quedaron vacías, buscó la llave en sus bolsillos y subió a su casa, ni siquiera se molestó en encender la luz del rellano, conocía de memoria el lugar exacto en que estaba el agujero de la cerradura.

            Abrió, su casa de 25 mts., había crecido más de lo normal, ahora era un piso de 300 mts. con amplios ventanales desde los que contemplaba el parque en todo su esplendor. Por las ventanas entraba el aroma de las hadas, y las cortinas se movían sensualmente dibujando formas deslizantes sobre el piso de madera.

            Como loco recorrió las estancias, contó cinco habitaciones, tres baños, una cocina con comedor incluido, una terraza, un salón, un gran comedor y a medida que caminaba o corría iba gritando gracias, gracias a todo, a la vida, a los árboles, al destino y a todo lo que le recordara una vida más allá de la inteligencia humana, hasta llegar a la terraza, hasta volver a sentir el vaho de las hadas y entonces lo recordó, y le dio rabia que él hubiese tenido que morir para tener una casa como esa.