1 de Enero, 2013
¿Así qué usted dice que yo lo llamo todas las noches, todos los días? Que no lo dejo respirar, que mi presencia asfixia su existencia, que le robo los pensamientos cada noche, que me pongo delante de sus ojos y le impido ver el mundo con claridad, que he atado su lengua y la pobre solo puede pronunciar mi nombre cada vez que abre la boca. No me mire así, el color de sus mejillas ha desaparecido, sus labios se han quedado blancos, ¿qué le pasa? Miré hacía donde él miraba y yo también palidecí, los labios se me quedaron blancos y la lengua pronunció mi propio nombre. Nunca había visto esa horrible sonrisa en mis labios. |
Tenía la conciencia en algún lugar dormido y anónimo, en el que me encontraba muy feliz, sin saber que vivía dentro de la felicidad misma, limpia de conceptos, de pasados o de futuros hasta que un dedo empezó a golpear con insistencia la membrana que revestía el mundo. No causaba grandes oleajes, ni ruidos extravagantes, solo un hundimiento constante que pronto empezó a producir ruido como de alientos lejanos, después se sincronizó, ganó velocidad produciendo ecos que penetraron la membrana, avanzaron hasta mi cuerpo, me rodearon con sus jadeos en la oscuridad. Mi mitad izquierda cobró conciencia y le dijo a la derecha. Miriam está teniendo sexo. Y Miriam se convirtió en una gran sonrisa detrás de mis ojos, humedeció mis labios y bajo rauda titilando como una luciérnaga hasta el medio de mis piernas. Ahora es perfecta, dijo mi mitad izquierda a la derecha. Sexo, es lo que necesitaba la casa, dijo la derecha. |
![]() Si es verdad que un ojo inmenso nos contempla desde lo alto, no tengo duda de que verá, que una foto de un complejo turístico, no es más que un espejismo. Todo es cuestión de puntos de vista. El ojo ve a una pareja tallada por horas de gimnasio, teñida de soles retozando en una esquina de la piscina azul con forma de nube. Si achina los ojos un poquitín, el ojo verá a la derecha a cuatro mujeres de la misma factura pero retozando sobre felpudas toallas de algodón, mostrando dientes enfilados a punta de torturas metálicas. Si el ojo tuviera oídos podía escuchar murmullos malintencionados, apuestas crueles y retos estúpidos lanzados en ondeantes susurros hasta la mujer que retoza con el chico en la esquina opuesta. La mujer los recibe, los guarda en la palma de su mano mientras sus labios muerden la barbilla del chico, su nariz, vera como luego le tiende la mano con los retos bailando sobre la punta de sus dedos mientras lo encadena a su mirada. Lo abandona un segundo, mira a sus amigas, se hunde en el agua y brota pegada al cuerpo del chico, le muerde el cuello, le sella los labios, se aleja de él, ahora, de espaldas lo rodea, alza las piernas y atrapa su cuello. Quisiera decirle que ella ha dejado de ser, que ahora pertenece a las furias de la esquina opuesta y sus piernas se convierten en bloques de acero clavados en las clavículas del chico, lo hunden en el azul profundo, para segundos después devolverlo al azul del cielo y entre agua y cielo con movimientos ágiles la vida varonil huye. Las amigas explotan en el agua de felicidad y el ojo se cierra aburrido de ver siempre lo mismo. |
Ahí estaba mi habitación virtual, en ella la felicidad no tendría los inconvenientes humanos, jamás pasará por el tapiz de cerebros racionales e incrédulos, no se someterá a juicio ni a conveniencias, no ahogaría el aliento del amor y cada día vendría con mucho espacio para llenar. ¿Qué m‡s se puede pedir? Nada, pues tiempo tenía suficiente, amor tenía para desbordar universos reales o no, bastaba un click y tu anatomía me dejaba sin respiración, porque yo lo quería, que quede claro. Eras perfecto, eras el motor de mi corriente sanguínea, la voz de mi garganta, la imagen de mis ojos, la piel que me erizaba cada noche cuando la almohada recibía mi cabeza exhausta de amar. Yo la colocaba con cuidado entre mi cuello y mis labios, hundía mi nariz entre sus plumas para inundarme de tu olor - tu decías que era mi olor, pero no, era el tuyo - esa fue una discusión que tuvimos una larga noche y creo que terminó en empate técnico. La almohada era el refugio, la calidez, la suavidad, el lugar ideal donde cerrar los ojos para los baños cerebrales que nos dejaban nuevos para reinventar el amor. No nos dimos cuenta, sin embargo que el tiempo dejó de ser invisible para repetirse en números cifrados delante de nuestras narices, en un algo que de pronto desaparece o reaparece en un universo amorfo y oscuro. Vivir sin esa conciencia fue nuestro estado ideal, deslizarse por los vericuetos virtuales de una habitación, por pequeña se parece mucho a la libertad y todo podría haber seguido así de punto luminoso en punto luminoso hasta que un calambre en la espina dorsal despierta la conciencia y te das cuenta que tienes un antifaz sobre los ojos y en cada centímetro de tu piel hay un cable que te ata como un polo a tierra.
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- He notado que se pasea todo el día por los pasillos. ¿Quién es? - Ah, más te valdría no saberlo. Pero, cómo es que no te habías fijado. - Es verdad. Apenas esta mañana me di cuenta. - ¿Y cómo fue? - Al despertar me sentí diferente, aunque no pasó nada extraordinario, ni siquiera recuerdo qué soñé - yo suelo dormir bien - bostecé, estiré los brazos, vamos lo que se hace todos los días, ir al baño, tomarme un café, abrir la ventana, mirar el cielo, sin embargo, yo no era yo y al mismo tiempo era yo. Perdona las ideas están revoloteando en el cerebro y no logro ordenarlas. - ¿Y? ¿eso es todo? - Raro ¿verdad? - Ay hija, no sé a dónde quieres llegar con esas divagaciones, más te valdría callar a ratos el cerebro y encender el cuerpo. - Es que se trata precisamente de eso, tengo el cuerpo encendido. - ¿Qué dices? - Por eso tengo este abrigo tan grueso en un día como hoy. - Ya me extrañaba, con este cielo tan azul, ese sol tan brillante a medio día te vas a achicharrar si no te cambias de ropa. - Vamos al baño.
- ¿Estás bien? Ya sabía que te iba a provocar un shock pero no pensé que fuera para tanto. - Crees que me iba a quedar tan pancha viendo a mi amiga convertida en una bombilla de... feria, o que se yo. - Ves. ¿Y ahora qué hago? - Déjame pensar, aunque creo que será inútil, no sé qué podemos hacer. ¿Has mirado a ver si tienes un interruptor, por ahí escondido?. - Ya me he explorado todo el cuerpo. - ¿Todo? - Si, todo, debajo de las tetas, la vagina, el culo, no he dejado hueco sin remover a ver si lograba apagar mi cuerpo, pero nada. - Mira al jardín. - Ves, sigue dando vueltas. - Pero mira bien, carajo. concéntrate, porque al principio no se ve nada, pero si miras fijamente, si cierras los ojos y lo dibujas en tu cerebro... - ¡Oh! - ¿A qué sorprende verdad? - Pero cómo, ¿ por qué? ¿es normal, o nos estamos volviendo locas, o todo el mundo podrá ver qué? - Imagino que si nosotras podemos verlo, el resto del mundo también, no somos "superwomen" ni nada parecido. Carne y hueso nada más. - Así que todos nos vemos a nosotros mismos rondándonos por los pasillos, haciendo las cosas que solemos hacer. - Me temo que si. - Y mientras ellos hacen las cosas que solemos hacer, ¿qué hacemos nosotros? - Inventar cosas como espacios personales, tiempo para pensar, excusas para... ¿pero qué haces? Lo vas a matar. - No, solo apagar esta mierda de luz.
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