Cuando la vida me cabía en la casa no importaba que ésta estuviera a medio construir, solo había que saber que quedaba en una esquina de un barrio que olía a jazmines por las noches; alineada junto a otras que lucían orgullosas claveles, geranios, astromelias y rosas de todos los colores, al fondo, una montaña azul, de difícil acceso para los crédulos. A la casa, igual que a mi, por aquella época no nos importaba mostrarle las tripas a los paseantes, ambas teníamos intestinos de ladrillo, piernas de piedra bien adheridas a la tierra. Desde nuestra solidez contemplábamos a las demás casas, veíamos a los seres humanos siguiendo las instrucciones de sus vidas en medio de rosas, sentándose en sillas desvencijadas, bajo aleros rotos o atados con alambres y con parches de plástico para que el agua no cayera sobre las camas, quizás a nadie mas le llamara la atención, sin embargo para mi, eran escenas de felicidad, porque esas gentes, a pesar de sus techos rotos, se sentaban en medio de flores de colores a charlar con sus amigos y familiares mientras la montaña azul les protegía del gélido viento. Una imagen que jamás se verá impresa en un folleto turístico. Ya no vivo en aquella casa pero acudo cada vez que puedo y todas las tardes con mi mente, presente o no, me quedo contemplándola y mi nariz revive con los olores de las rosas, los geranios y las astromelias, olvido que la vida se me creció de tal manera que ya no cabe in ninguna casa del mundo entero, ni en mi propio cuerpo. Una de esas tardes, cuando yo estaba convencida de que podía viajar por el mundo sin que nadie me viera, se me acercó la anciana de la casa de enfrente, dejó a su familia y amigos hablando bajo el techo remendado y se acercó lentamente. Mi primer impulso fue correr, que avergonzada me sentí por espiar de esa manera tan descarada, y sobre todo, ¿cuánto tiempo la anciana me habría estado observado a mi? murmuré algunas palabras que pudieran disfrazar mi descaro por admiración, le dije algo sobre las flores… y no mentí. La anciana me miró un instante, se dio la vuelta, cortó tantas flores como pudieron sostener sus manos y me las regaló diciéndome que mis flores también olían bien y sobre todo, que yo también tenía tenía una buena casa con unos cimientos muy fuertes. Vuelvo a casa feliz pero preguntándome porque no veo mi casa como la ve la anciana y me encuentro a la abuela barriendo apresuradamente - unos señores van a venir a comprarla, yo siembro las flores, la abuela cubre los rotos del sofá con sábanas blancas y en esos quehaceres nos sorprende mi hijo así que le digo al oído, sin que la abuela lo oiga, que nos ayude a arreglar, pero que no diga nada del asesinato, ellos no deben saber que tenemos un muerto en el pasillo.
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