Me cerraste la puerta en las narices y dolió; te encerraste en tu
castillo medieval, te pusiste la coraza, la malla de cota y el casco de hierro;
colocaste con tus propias manos barras en las ventanas, rodeaste tu fortaleza
de un río plagado de cocodrilos hambrientos ante tu puerta, incluso llamaste a
un juez y radicaste una orden de alejamiento.
Yo, con mi nariz roja, con mis manos vacías, con el alma arrastrando de un hilo sobre cristales lacerantes, con la voz rota de gritar al viento recogí mis mocos y caminé hasta el limite que me marcaste, allí me senté a mirar las estrellas, a escribir con la punta de mis dedos historias a las que bastaba colocarle el érase una vez para que ellas se escribieran solas; unas hablaban de amores que terminaban con pociones de veneno surtiendo efecto en equívocos absurdos, otras con celos hundiéndose en el pecho como hierros al rojo blanco, otras se derramaban entre letras azucaradas que empalagan y terminaban hastiando, es curioso, ninguna de las parejas protagonistas se hartaba de comer perdices. Y yo me pregunto, mientras toco la frontera de aire en la que me confinaste, ¿por qué el amor es un juego perdido? y enseguida salto por los aires, cada día subes el voltaje de la corriente eléctrica que te mantiene lejos de mi, pero cuando me recupero, vuelvo a estirar mis dedos hacía esa nada, lo hago muy despacito, voy estirando el dedo mientras pienso, ahora viene el corriéntazo, pero no, falta un pequeño espacio, vuelve el pensamiento y nada, así hasta que irremediablemente llega el momento, ahí está, otra vez el dolor, la desesperación, la muerte al borde del dedo gordo de mi pie y no pasa nada, sigo viva pensando en tí. Curioso que siga viva, curioso que siga contemplando atardeceres y cerrando los ojos con la cara al sol, curioso que siga sonriendo cuando dibujo en la arena tu sonrisa, cuando cierro los ojos y veo tu cara, cuando siento escalofrío y tus brazos me dan calor, que modo sutilmente cruel, éste de vivir gracias a tu indiferencia. Algunos días mis pies deciden por sí mismos tomar distancia, me llevan por verdes praderas y recojo frescas sonrisas y miradas amorosas de otros lares, algunas palabras me acarician, me insuflan y corren por mis venas, sin embargo, esas palabras están formadas por letras dibujadas con la punta de mis dedos que se suben a las olas y como ellas, regresan a tu playa una y otra vez. En los libros de historia hay una foto de tu castillo, también, a pie de página la imagen de un corsario vestido con cota de malla y casco de hierro… mil páginas acerca de esa historia, pero curiosamente, ni una palabra acerca de esa mujer que con la punta de sus dedos intentaba acercarse a ti.
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