Saltaron de nuevo las alarmas en el Concejo de Bogotá por el asunto de la redensificación y otra vez vuelvo a insistir con el tema, como lo he hecho en anteriores ocasiones, porque Bogotá es la ciudad de todos, aunque también, desgraciadamente, la de nadie.

Nuestros concejales hablan pomposamente de hacinamiento, citan estadísticas, se desmelenan ante la propuesta del alcalde Petro, pero lo que hay debajo de tanto alarido no es ni más ni menos que la gallina de los huevos de oro a punto de escapárseles de las manos, porque si se llega a aprobar la congelación de las 5.000 hectáreas de suelo urbanizable al norte de la ciudad, las ganancias extras por licencias, permisos, venta y compra de predios, se les esfumaran, así que tendremos lucha de intereses particulares y egoístas para rato.

Ningún ciudadano con dos dedos de frente puede afirmar que es más rentable estirar la ciudad por los extremos, donde no hay nada de nada, ni siquiera alcantarillado ni conexiones de agua potable, ni luz, ni centros de salud;  mientras el centro muere y con él muere su pasado, sus hermosos edificios, sus colegios, sus universidades, sus cafés, cines y teatros.

En sus estrechas mentes no cabe la posibilidad de rehabilitar las zonas del centro de la ciudad, no ven como buen negocio atraer familias para habitar esos amplios edificios, no hay ganancias en posibles licitaciones para calles o ampliación de servicios, simplemente porque eso ya está hecho; tampoco tienen ojos para ver más allá de lo que las frías estadísticas les muestran cuando hablan de hacinamiento, en todas las grandes ciudades, la gente vive sus centros neurálgicos como algo propio y no como ese territorio frio y hostil en que la pretenden convertir ahora nuestros propios concejales.

Para la muestra el gran botón de absurdo que es el parque Tercer Milenio. ¿Qué pretendieron hacer allí? ¿Cuánto costó a los bolsillos de todos los ciudadanos? El Tercer Milenio es un parque inhóspito, con más de 16 hectáreas, que en el plano se ve maravilloso, pero de qué han servido tantas ciclo-rutas, tantas canchas, tantos quioscos, servicios que no sirven a nadie, como los baños públicos, los parkings y los puestos para vender, pero quien va a vender algo allí si no hay gente.

¿Alguien pensó en los seres humanos en el momento de tomar la decisión de recuperar esa zona de la ciudad?

Parece que no, porque se les olvidó que una ciudad no lo es, si no tiene personas que la habiten y la disfruten, se les olvidó que antes de emprender algo hay que mejorar lo presente, reformar lo que se puede reformar y si a los ciudadanos no se les garantiza su seguridad y su bienestar, ya pueden construir miles de urbanizaciones o parques como ese o incluso mejores, que seguro, la gente no los vivirá y se convertirán en enormes terrenos desangelados, fríos y refugio de delincuencia.