24 de Agosto, 2014
![]() Era el primer domingo de su nueva vida, nueva ciudad, nuevos amigos, una inyección vital recorría su cuerpo y él estaba decidido a cerrar con candado las puertas de su pasado. Se dedicó el día entero a organizar su nuevo lugar, de vez en cuando algún molesto sentimiento de añoranza le amenazaba con volver pero él se estaba convirtiendo en un experto capoteador de recuerdos. Su sensata voz le daba alientos, le animaba a continuar y le ofrecía autopistas de vida llenas de emociones nuevas. Con esta resolución llenó su alma, empleó las horas de luz en montar muebles, acomodar lámparas, elegir el lugar perfecto para su escritorio, ordenar sus amados libros después de sacudir de ellos todas las señales de vida pasada materializadas en marcalibros que le regalaron alguna vez o entradas a conciertos compartidos. Todo ello iba a parar a la bolsa de la basura, que en la noche iría al contenedor y después reposaría en algún vertedero de la ciudad. Caía ya la noche cuando se asomó a la ventana. La noche era cálida, el cielo se vestía de colores suaves y decidió salir a caminar. Aire fresco era lo que su cuerpo le pedía en esos precisos momentos. Sin temor a perderse por esas calles desconocidas, que ahora formaban el escenario de su nueva vida, empezó a recorrerlas mirando con curiosidad tejados, ventanas, frisos, andenes, vitrinas y terrazas llenas aún de gente que estiraba el domingo antes de volver a casa, a sus cotidianidades. Se detuvo ante las puertas de un café, le gustó la luz que emanaba y se regaló unos minutos más de soledad ante una mesa saboreando un café amargo, como a él le había gustado siempre; entonces la vio, ella estaba sentada ante la barra, ella saboreaba una cerveza y lo miro fijamente, le sonrió - de eso estaba completamente seguro - y esa sonrisa era linda. Nunca supo como los ojos empezaron a hablar, ella le contaba la historia de su vida y a cada parpadeo él iba perdiendo el alma y su recién recobrada libertad. Sí, había capitulado, sin proponérselo se había entregado, se rindió a esas palabras sin voz, a esos gestos, a esa mirada que lo llenó de vida y emociones. Se recostó en el espaldar de su asiento, puso sus manos sobre la nuca y cerró los ojos… era lo único que podía hacer, porque cuando los abriera de nuevo, cuando las imágenes del bar, los muebles y la decoración llenaran de nuevo su mente, sabría que ella ya no estaría ahí, y como siempre, él se lamentaría toda la vida por no haber abierto la boca.
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![]() Justo cuando estás saboreando el último y definitivo sorbo de café te llega la revelación, sientes una especie de terremoto interior, tu cuerpo convulsiona, se te corta la respiración, las manos te sudan y el cerebro se paraliza. Te das cuenta que has tenido un momento sobrenatural, el puzzle de tu vida se arma como por arte de magia mostrándote cosas, que después de los primeros segundos de conmoción, exhiben tu propio rostro en una versión que no te deja muy contento de ti mismo. La esencia es la mirada. Lo reconoces, vuelves a la pantalla, te das cuenta de que viste sus películas con otros ojos, que incluso, eras otra persona en aquellos tiempos, sin embargo ahora sabes porqué siempre ella influyó en ti. Puede que no te gustara mucho, que en su momento te decidieras por otras, pero en el fondo ella siempre vivió en algún recoveco de tu cuerpo, o no precisamente ella, sino su mirada, en un efecto que va más allá de lo físico o de lo conocido. Acto seguido el efecto mirada se impone en el silencio de tu habitación, recuerdas todas aquellas que conformaron tu vida, surge de la nada el rostro del amor que nunca encontró las palabras del entendimiento y sin embargo, parecía emanar una fuerza gravitacional que logró golpearte en el ombligo devastándote, vuelve entonces el dolor, la desesperación, el miedo por la duda y el pánico a las certezas, que solo se evaporaban cuando te miraba de esa forma indescriptible, inclinando un poco la cabeza, sin un parpadeo, directo, fuerte, serio, fascinado… no hay adjetivos para describir exactamente lo que brillaba en aquellos ojos, pero si los efectos que producía en tu cuerpo, de eso hace ya muchos años y aún continua absolutamente íntegro en su esencia, reforzado con el don de cambiar de protagonista. Al poco aparecen otras miradas que a pesar de la fugacidad del instante lograron quedarse en tu vida, desde compañeros de estudios, caminantes callejeros, encuentros casuales, minutos compartidos sentados en transportes públicos hasta llegar a la última locura de una noche entera mirándose sin decir nada para luego desaparecer como si eso no fuera importante, o como si algún malvado productor decidiera poner la palabra fin con los ojos cerrados sin importarle que lo esencial estaba sucediendo en ese preciso instante. Reconócelo, eres vulnerable al efecto mirada, no importa cuantas palabras se inventen, cuantas propuestas te rodeen, cuantas actividades o intereses te secuestren por determinado tiempo, al final, cuando el cuerpo esté agotado, cuando el silencio se imponga o simplemente cuando estés terminando tu último sorbo de café, la mirada volverá a aparecer para patearte la barriga. Lo siento amigo, estás condenado. Ladypapa |