24 de Agosto, 2014, 10:12: GladysGeneral








          













            Era el primer domingo de su nueva vida, nueva ciudad, nuevos amigos, una inyección vital recorría su cuerpo y él estaba decidido a cerrar con candado las puertas de su pasado.

            Se dedicó el día entero a organizar su nuevo lugar, de vez en cuando algún molesto sentimiento de añoranza le amenazaba con volver pero él se estaba convirtiendo en un experto capoteador de recuerdos. Su sensata voz le daba alientos, le animaba a continuar y le ofrecía autopistas de vida llenas de emociones nuevas.
            Con esta resolución llenó su alma, empleó las horas de luz en montar muebles, acomodar lámparas, elegir el lugar perfecto para su escritorio, ordenar sus amados libros después de sacudir de ellos todas las señales de vida pasada materializadas en marcalibros que le regalaron alguna vez o entradas a conciertos compartidos. Todo ello iba a parar a la bolsa de la basura, que en la noche iría al contenedor y después reposaría en algún vertedero de la ciudad.
 
            Caía ya la noche cuando se asomó a la ventana. La noche era cálida, el cielo se vestía de colores suaves y decidió salir a caminar. Aire fresco era lo que su cuerpo le pedía en esos precisos momentos. Sin temor a perderse por esas calles desconocidas, que ahora formaban el escenario de su nueva vida, empezó a recorrerlas mirando con curiosidad tejados, ventanas, frisos, andenes, vitrinas y terrazas llenas aún de gente que estiraba el domingo antes de volver a casa, a sus cotidianidades.
 
            Se detuvo ante las puertas de un café, le gustó la luz que emanaba y se regaló unos minutos más de soledad ante una mesa saboreando un café amargo, como a él le había gustado siempre; entonces la vio, ella estaba sentada ante la barra, ella saboreaba una cerveza y lo miro fijamente, le sonrió - de eso estaba completamente seguro - y esa sonrisa era linda.
            Nunca supo como los ojos empezaron a hablar, ella le contaba la historia de su vida y a cada parpadeo él iba perdiendo el alma y su recién recobrada libertad. Sí, había capitulado, sin proponérselo se había entregado, se rindió a esas palabras sin voz, a esos gestos, a esa mirada que lo llenó de vida y emociones.
 
            Se recostó en el espaldar de su asiento, puso sus manos sobre la nuca y cerró los ojos… era lo único que podía hacer, porque cuando los abriera de nuevo, cuando las imágenes del bar, los muebles y la decoración llenaran de nuevo su mente, sabría que ella ya no estaría ahí, y como siempre, él se lamentaría toda la vida por no haber abierto la boca.

 


24 de Agosto, 2014, 9:40: GladysGeneral


         El tren se había detenido a la hora prevista. Marcos miró por la ventana más bien por hacer algo similar a lo que hacen todos los pasajeros de este mundo cuando llegan a su destino: mirar a través de la ventana con la ilusión de encontrar en esa explanada a alguien que nos espere y sonría después de tantas horas de travesía. Aunque sabía de antemano que solo la soledad se viste de gala para recibirlo en todos sus viajes.
            Sin embargo atenuando la tristeza, la luz del atardecer le regaló una linda tarjeta de bienvenida, de un tiempo atrás le habían empezado a gustar los colores cálidos y festivos; había adaptado ese gusto a muchos sectores de su vida: la ropa, sus accesorios, algunas fotografías e incluso la comida. Muchas veces eligió un plato más por sus contrastes coloridos que por los alimentos.
            También la acera del tren le ofrecía un alegre contraste, aunque no eran muchos los pasajeros que se hallaban allí, todos parecían haberse puesto de acuerdo para vestirse de manera más o menos similar, con una notable tendencia a los naranjas o rojo.
            Rojo también era el cartón donde se leía su nombre con letras negras y grandes. Marcos al verlo se sintió rescatado y agradeció con una sonrisa a la chica que enseguida se acercó hasta él.             Después de las presentaciones con las debidas frases de rigor se encaminaron hasta donde ella tenía el auto aparcado, guardaron las maletas y emprendieron el viaje hasta la nueva morada de Marcos en un lugar tan distante de su pasado como sus ahorros se lo habían permitido.
             Una vez a solas en su habitación, se quitó la ropa de viaje, se dio una ducha para eliminar el polvo del camino, luego, ya  fresco, se vistió con esmero y comodidad decidido a dar un largo paseo para calmar su alma; Marcos disfrutaba con los mundos sin estrenar, le gustaba esa sensación de vacío que iba llenando con pequeñas experiencias recién aprendidas: cantos de pájaros, susurros del viento, rostros de personas que le sonríen al pasar o la excitación que produce un acento desconocido. Esta vez sin embargo un sabor amargo se mantenía en su boca sin saber exactamente por qué, sabía que dentro de pocos días, cuando la curiosidad se agotara, volverían los demonios, que por alguna maldita razón siempre lo hallaban, no importaba donde se escondiera, o lo lejos que fuera.            
            Estuvo paseando por el lugar alrededor de unas tres horas, no era que avanzara mucho, lo que sucedía es que se detenía ante cada piedra, cada recodo del camino o incluso sin motivo aparente, solo para intentar escuchar el canto de los pájaros y descubrir de qué especie se trataba o dónde estaban aquellos animales que le regalaban tan hermoso y vívido concierto, pero sus esfuerzos eran inútiles, no lograba verlos, por instantes llegó a pensar que eran los árboles los que poseían el don del trino… locuras de viajero.

 
            Al regresar a su pequeño hotel tomo una cena ligera en el comedor solitario, junto a una ventana, le gustó tanto aquel rincón que lo declaró territorio de su propiedad, prometiéndose que a la mañana siguiente se sentaría en el mismo lugar para ver que vista le ofrecía ese jardín iluminado por los rayos del sol, pues ahora mismo era una gran urna negra que solo le permitía escuchar los trinos de aves desconocidas.
 
            Decidió salir a fumar un último cigarrillo antes de irse a la cama, pero justo en el momento de apagar el encendedor, otro puntito luminoso, unos metros más a su derecha, llamó su atención. Allí se hallaba otra persona fumando en las sombras. Saludó cortésmente y fue respondido por una voz dulce, un tanto ronca y profunda que en vez de delatar a quien pertenecía o qué clase de persona se trataba, lo dejaba aún más intrigado, lo único que pudo adivinar era que se trataba de una mujer, pero su edad era un misterio.
 
            Marcos intentó caminar hasta el lugar donde procedía la voz, pero ella lo detuvo disculpándose. Él obedeció y preguntó a su vez, si le molestaban su presencia o sus palabras.
             Ella con una risa franca le dijo que no, que podrían hablar, pero que por favor no se acercara, que ella prefería seguir fumando en la posición y el sitio donde se hallaba.
 
            Acuerdo este que le pareció bien a Marcos, por qué no, era incluso una manera agradable de entablar relaciones mientras se hablaba a la oscuridad de la noche imaginando un rostro que no se desvelaba.
 
            Hablaron de sí mismos, de sus lugares de origen, de los libros que habían leído, de los paisajes que enmarcaban sus sueños hasta consumir cuatro cigarrillos en compañía. Luego la voz de ella le susurró un adiós que prometía un hasta la próxima dejándolo solo y desconcertado.
 
            La vida de Marcos, por una semana, se limitó a escuchar los pájaros invisibles durante el día con el alma y la voluntad puestos en las horas nocturnas, las horas en que se dedicaba a hablar con aquella mujer invisible mientras se fumaban cuatro cigarrillos. A nadie extrañó el comportamiento de Marcos, por otra parte aquel hotel no era muy popular en la región y los dueños, un anciano matrimonio, consideraba de mal gusto meter las narices en los asuntos de sus clientes. Mientras pagaran, tanto daba si sus huéspedes hablaban con mujeres imaginarias o con pájaros invisibles, eso no era un asunto de su incumbencia.
 
            Una semana que terminó con un amanecer empapado en aguas torrenciales golpeando en el techo y la cabeza de Marcos, diciéndole que ese era el límite para su fantasía…

 

24 de Agosto, 2014, 9:29: Gladysminirelatos


         Nacen girasoles que se abrazan a los edificios, aparecen soles en el firmamento como estrellas, el verde de la naturaleza alfombra el mundo, los cuerpos se liberan de su fuerza de gravedad, el yo interior rompe su armadura y se funde en uno solo con el exterior.
            Todo esto pasaba cuando estaba en el infierno de la Rayuela mientras pensaba en cómo recoger la piedra y sus pies se alzaban una y otra vez para intentar lo imposible: Lanzarla de nuevo y apuntar al cielo.

 

24 de Agosto, 2014, 9:17: GladysAlaprima



            En cuanto se detuvo para limpiarse el sudor del rostro la escuchó. Una música oriental entró por sus oídos como hielo líquido encendiendo su sangre. Sin pensárselo dos veces arremetió contra los tambores de su batería con furia renovada hasta que las manos empezaron a sangrarle. Paro para limpiárselas y la música oriental se defendió arremetiendo con más fuerza.
            Sintiendo que los dedos se le caían uno a uno, siguió tocando sin parar, la música oriental se resistía, él retomaba con mayor fiereza las baquetas y en esa lucha musical las víctimas fueron los cristales, los vecinos, las macetas, la noche, el mundo entero se quedó en silencio.
24 de Agosto, 2014, 8:26: LadypapaHablando de...












          Justo cuando estás saboreando el último y definitivo sorbo de café te llega la revelación, sientes una especie de terremoto interior, tu cuerpo convulsiona, se te corta la respiración, las manos te sudan y el cerebro se paraliza.

            Te das cuenta que has tenido un momento sobrenatural, el puzzle de tu vida se arma como por arte de magia mostrándote cosas, que después de los primeros segundos de conmoción, exhiben tu propio rostro en una versión que no te deja muy contento de ti mismo.

            La esencia es la mirada. Lo reconoces, vuelves a la pantalla, te das cuenta de que viste sus películas con otros ojos, que incluso, eras otra persona en aquellos tiempos, sin embargo ahora sabes porqué siempre ella influyó en ti. Puede que no te gustara mucho, que en su momento te decidieras por otras, pero en el fondo ella siempre vivió en algún recoveco de tu cuerpo, o no precisamente ella, sino su mirada, en un efecto que va más allá de lo físico o de lo conocido.

            Acto seguido el efecto mirada se impone en el silencio de tu habitación, recuerdas todas aquellas que conformaron tu vida, surge de la nada el rostro del amor que nunca encontró las palabras del entendimiento y sin embargo, parecía emanar una fuerza gravitacional que logró golpearte en el ombligo devastándote, vuelve entonces el dolor, la desesperación, el miedo por la duda y el pánico a las certezas, que solo se evaporaban cuando te miraba de esa forma indescriptible, inclinando un poco la cabeza, sin un parpadeo, directo, fuerte, serio, fascinado… no hay adjetivos para describir exactamente lo que brillaba en aquellos ojos, pero si los efectos que producía en tu cuerpo, de eso hace ya muchos años y aún continua absolutamente íntegro en su esencia, reforzado con el don de cambiar de protagonista.

            Al poco aparecen otras miradas que a pesar de la fugacidad del instante lograron quedarse en tu vida, desde compañeros de estudios, caminantes callejeros, encuentros casuales, minutos compartidos sentados en transportes públicos hasta llegar a la última locura de una noche entera mirándose sin decir nada para luego desaparecer como si eso no fuera importante, o como si algún malvado productor decidiera poner la palabra fin con los ojos cerrados sin importarle que lo esencial estaba sucediendo en ese preciso  instante.

          Reconócelo, eres vulnerable al efecto mirada, no importa cuantas palabras se inventen, cuantas propuestas te rodeen, cuantas actividades o intereses te secuestren por determinado tiempo, al final, cuando el cuerpo esté agotado, cuando el silencio se imponga o simplemente cuando estés terminando tu último sorbo de café, la mirada volverá a aparecer para patearte la barriga.

            Lo siento amigo, estás condenado.


Ladypapa