El tren se había detenido a la hora prevista. Marcos miró por la ventana
más bien por hacer algo similar a lo que hacen todos los pasajeros de este
mundo cuando llegan a su destino: mirar a través de la ventana con la ilusión
de encontrar en esa explanada a alguien que nos espere y sonría después de
tantas horas de travesía. Aunque sabía de antemano que solo la soledad se viste
de gala para recibirlo en todos sus viajes.
Sin embargo atenuando la tristeza,
la luz del atardecer le regaló una linda tarjeta de bienvenida, de un tiempo
atrás le habían empezado a gustar los colores cálidos y festivos; había
adaptado ese gusto a muchos sectores de su vida: la ropa, sus accesorios,
algunas fotografías e incluso la comida. Muchas veces eligió un plato más por
sus contrastes coloridos que por los alimentos.
También la acera del tren le ofrecía
un alegre contraste, aunque no eran muchos los pasajeros que se hallaban allí,
todos parecían haberse puesto de acuerdo para vestirse de manera más o menos
similar, con una notable tendencia a los naranjas o rojo.
Rojo también era el cartón donde se
leía su nombre con letras negras y grandes. Marcos al verlo se sintió rescatado
y agradeció con una sonrisa a la chica que enseguida se acercó hasta él.
Después de las presentaciones con
las debidas frases de rigor se encaminaron hasta donde ella tenía el auto
aparcado, guardaron las maletas y emprendieron el viaje hasta la nueva morada
de Marcos en un lugar tan distante de su pasado como sus ahorros se lo habían
permitido. Una vez a solas en su habitación, se
quitó la ropa de viaje, se dio una ducha para eliminar el polvo del camino,
luego, ya fresco, se vistió con esmero y
comodidad decidido a dar un largo paseo para calmar su alma; Marcos disfrutaba
con los mundos sin estrenar, le gustaba esa sensación de vacío que iba llenando
con pequeñas experiencias recién aprendidas: cantos de pájaros, susurros del
viento, rostros de personas que le sonríen al pasar o la excitación que produce
un acento desconocido. Esta vez sin embargo un sabor amargo se mantenía en su
boca sin saber exactamente por qué, sabía que dentro de pocos días, cuando la
curiosidad se agotara, volverían los demonios, que por alguna maldita razón
siempre lo hallaban, no importaba donde se escondiera, o lo lejos que fuera.
Estuvo paseando por el lugar
alrededor de unas tres horas, no era que avanzara mucho, lo que sucedía es que
se detenía ante cada piedra, cada recodo del camino o incluso sin motivo
aparente, solo para intentar escuchar el canto de los pájaros y descubrir de
qué especie se trataba o dónde estaban aquellos animales que le regalaban tan
hermoso y vívido concierto, pero sus esfuerzos eran inútiles, no lograba
verlos, por instantes llegó a pensar que eran los árboles los que poseían el
don del trino… locuras de viajero.
Al regresar a su pequeño hotel tomo
una cena ligera en el comedor solitario, junto a una ventana, le gustó tanto
aquel rincón que lo declaró territorio de su propiedad, prometiéndose que a la
mañana siguiente se sentaría en el mismo lugar para ver que vista le ofrecía
ese jardín iluminado por los rayos del sol, pues ahora mismo era una gran urna
negra que solo le permitía escuchar los trinos de aves desconocidas.
Decidió salir a fumar un último
cigarrillo antes de irse a la cama, pero justo en el momento de apagar el
encendedor, otro puntito luminoso, unos metros más a su derecha, llamó su
atención. Allí se hallaba otra persona fumando en las sombras. Saludó
cortésmente y fue respondido por una voz dulce, un tanto ronca y profunda que
en vez de delatar a quien pertenecía o qué clase de persona se trataba, lo
dejaba aún más intrigado, lo único que pudo adivinar era que se trataba de una
mujer, pero su edad era un misterio.
Marcos intentó caminar hasta el
lugar donde procedía la voz, pero ella lo detuvo disculpándose. Él obedeció y
preguntó a su vez, si le molestaban su presencia o sus palabras.
Ella con una risa franca le dijo que
no, que podrían hablar, pero que por favor no se acercara, que ella prefería
seguir fumando en la posición y el sitio donde se hallaba.
Acuerdo este que le pareció bien a
Marcos, por qué no, era incluso una manera agradable de entablar relaciones
mientras se hablaba a la oscuridad de la noche imaginando un rostro que no se
desvelaba.
Hablaron de sí mismos, de sus
lugares de origen, de los libros que habían leído, de los paisajes que
enmarcaban sus sueños hasta consumir cuatro cigarrillos en compañía. Luego la
voz de ella le susurró un adiós que prometía un hasta la próxima dejándolo solo
y desconcertado.
La vida de Marcos, por una semana,
se limitó a escuchar los pájaros invisibles durante el día con el alma y la
voluntad puestos en las horas nocturnas, las horas en que se dedicaba a hablar
con aquella mujer invisible mientras se fumaban cuatro cigarrillos. A nadie
extrañó el comportamiento de Marcos, por otra parte aquel hotel no era muy
popular en la región y los dueños, un anciano matrimonio, consideraba de mal gusto
meter las narices en los asuntos de sus clientes. Mientras pagaran, tanto daba
si sus huéspedes hablaban con mujeres imaginarias o con pájaros invisibles, eso
no era un asunto de su incumbencia.
Una semana que terminó con un
amanecer empapado en aguas torrenciales golpeando en el techo y la cabeza de
Marcos, diciéndole que ese era el límite para su fantasía…
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