A veces llegaba a pensar que la vida la ponía delante de sus deseos para explicarle por qué no se le concedían. Parece cosa de locos, pero esa era la sensación que la invadía en este preciso instante, de pie ante la vitrina iluminada de unos grandes almacenes, mientras a su espalda la ciudad dormía indiferente a esa revelación. Ahí estaban, con su piel tan blanca que parecían transparentes. Cada uno de ellos se hallaba en la posición y el sitio que mejor describía su personalidad, en un ambiente - y ahí ella sintió un escalofrío recorriendo su columna - pues ese ambiente describía el hogar que siempre soñó, unos muebles tapizados en sus colores preferidos, los cuadros que siempre quiso tener, los adornos que le gustaban, incluso las flores en el jarrón de cristal azul, en la esquina de la derecha, eran sus preferidas. La familia de la vitrina lucía ropa, accesorios e implementos exactos a los que ella solía usar. El hombre, más o menos de la edad que debería tener su pareja, con el cabello oscuro y un poquitín desordenado cayendo sobre la curva perfecta de su frente, unas cejas espesas enmarcando ojos oscuros pero sinceros y sobre todo, enamorados de ella, de la mujer que unos metros a su izquierda lucía una camiseta con motivos geométricos tipo Pop Art, unos pantalones pitillo, zapatillas de tacón bajo. De su aspecto físico destacaba el cabello, una media melena ondulada, un tanto alborotada e igual que su compañero, una mirada enamorada, segura y correspondida. Sí, ahí estaba presente el amor, atrapado en ese mundo plástico actuando como elemento cohesionador de esa pareja y esos niños suspendidos en un minuto cualquiera de sus vidas cotidianas. Frente a ellos la silueta de esa mujer que los miraba fijamente en medio de la noche y tras ella la ciudad durmiendo ajena a las revelaciones trascendentales que se suceden una sola vez en la vida. Así que eso es hogar - pensaba la mujer mientras contemplaba la escena - todo se reduce a una representación, a unos movimientos debidamente planificados y trazados por alguien que sabe aprovechar el espacio que le tocó ocupar en la vida. Se alejó un poco de la vitrina, encendió dos cigarrillos al mismo tiempo porque uno solo no le bastaba para paliar la certeza que le estaba quebrando las rodillas, aspiró con rabia deseando que el humo creara barreras entre la realidad de la vitrina y la que su cerebro se empeñaba en mantener. En medio de esa lucha feroz escuchó una voz grave llamándola, invitándola a tomar la decisión, era una voz que salía de un rostro cálido en el que estacaban dos ojos oscuros que la miraban como si ella fuera la mujer más maravillosa de la tierra, conscientes además des er correspondidos pero terriblemente asustados por lo que estaba apunto de suceder. |