23 de Abril, 2015
Después del vendaval y pasadas las primeras alucinaciones, se aferró temblorosa a sus hilos enclenques y desmirriados. Lentamente los recorrió para asegurarse de la magnitud de los daños. Ante cada avería se lamentaba con la rabia girando alrededor de sus ojos, como si de esa manera fulminara al destino, a los hombres o cualquier fenómeno que hubiese sido la causa de su tragedia. Acto seguido se recriminaba, era inútil estar triste después de la catástrofe. Después de esta reflexión se sacudía las patas y continuaba la inspección; con asombro reconoció que había trabajado bastante durante toda su vida, de repente tuvo conciencia de todo lo que había hecho y algo parecido a una sonrisa le calentó el cuerpo un segundo. Reconoció por el camino los esqueletos de amores pasados, los fósiles de palabras y promesas ya caducas, de canciones que le gustaba desafinar e incluso aquellas de las que por un tiempo, pensó que se las cantaban a ella exclusivamente. Otro calor en el cuerpo, parecido a una sonrisa. También encontró restos de cosas ya desfiguradas por el tiempo, a las que no sabía qué nombre, género o recuerdo asignarle. Eran como pelusillas tiritando en un delgado rayo de luz, pero eran suyas o lo fueron en un momento de su vida, por eso estaban allí, aunque no las recordara. Recorrió montañas, se mareó al borde de los abismos, atravesó la oscuridad, tembló bajo la lluvia y se aferró a sus hilos cuando el viento pareció convertirse en huracán arrasando lo que hasta ese día había sido su casa. En cuanto pudo se aferró a la hilacha que colgaba del risco, sintió una cierta seguridad, un cierto placer. La roca era, en su hostilidad, algo recio a lo que aferrarse y podría ser un buen principio. Febril, como siempre, se dedicó a ello con ahínco, se olvidó de los fósiles de su vida y de sus patas brotaron hilos nuevos, brillantes, relucientes y firmes, que se iban extendiendo sobre el abismo intentando alcanzar la otra orilla para construir un puente de doble vía. Todo un experimento, porque sus hilos tradicionalmente, se trenzaban en hexagonales. Quizás esta vez fuera diferente. Haciendo caso a su naturaleza dejó de pensar en todo lo demás, sacó lo mejor de sí, no se rindió; entretanto los hilos crecían, se alzaban ondulantes ante sus ojos, mecidos por la brisa cálida, pero los vientos son caprichosos, a veces van de sur a norte, como de oeste a este, sin fijarse en nada. Así, enredada en su propios hilos pensó que no hay que estar triste, que quizá no sea lo que tenga que ser.
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Borrando los recuerdos uno por uno
Ahí está, con el cuerpo al lado de su cuerpo, con sus pies haciendo un camino paralelo al suyo, con las venas repletas de sangre inundando valles y estepas. Todos los días, todas las noches, todos los minutos y todos los segundos se empeñan, los enamorados, en congelar momentos del pasado. A veces se asombran ante una risa de cuatro años sin dientes, o cuentan las velas de cada tarta que aparece en los álbumes, se ríen de los peinados, las modas, los gestos enfurruñados de una juventud desbordada de hormonas. De los álbumes salen los días, los familiares, los momentos, las risas, los ceños fruncidos o las poses coquetas que llenaron años mutando en cenas de empresa, viajes, paisajes extraños, restaurantes tenuemente iluminados y rostros amorosos, miradas de odio o sabores a besos que se enfriaban en los labios. Cuando todo eso empezó a amenazar con asfixiarles, se miraron a los ojos, sin mediar palabra empezaron a seleccionarlos. En una columna los que definitivamente se quedaban, aquellos sin los cuales sería muy difícil seguir viviendo, en la otra, los que tal vez tuviesen una segunda oportunidad después de la gran criba y el resto ardía en el fuego de la chimenea, a veces con cierto placer vengativo. Así son ellos, antes de llenarse de recuerdos empezaron a deshacerse de los que cada uno traía a sus espaldas. Con esa sensación de libertad se fueron a la cama, arrugaron las sábanas con caricias, ahuecaron las almohadas con ilusiones mientras la noche los dejaba hacer. Cerraron los ojos, cada uno se fue a ocupar su nube particular, mientras algún recuerdo vengativo esperaba pacientemente a que el tiempo hiciera lo suyo. |
Hace tiempo, reemplazó el famoso érase una vez. En realidad nunca lo sustituyó por placebos. Fue un cambio total en su maquillaje vivencial, aunque todavía se dobla, al chocar con las esquinas de sus días. También, aunque ya se acostumbró, aprendió a caminar sobre arenas movedizas. Sí, desde que empezó a hacerlo, la tierra era blanda bajo las plantas de sus pies, por eso tambaleaba, pero su madre creía que tenía una pierna más corta que la otra. No era así. Lo importante, más que la torpeza al caminar, era mantener vivo lo que llevaba en los brazos y eso si que lo ha hecho bien toda su vida. |
Fue un amanecer raro, la luna no quería dejar su lugar al sol, sucedía una vez cada mil años, cuando se le permitía avanzar un poco más, y lo hizo. Todo comenzó en un encuentro casual, fue un instante que duró una eternidad, él le contó de su amor por ella y ella le habló del dolor de la ausencia, así que decidió ayudarlos, él al norte, ella al sur, pero por un instante pudieron tocarse, aunque fuesen solo imágenes reflejadas sobre la superficie de sus cráteres. Con eso bastaba para que vivieran un poco más, era la única ayuda que podía brindarles, ella, que al fin y al cabo no es más que un satélite. |
Hacienda vigila cada uno de nuestros movimientos con una lupa gigantesca de alta precisión, de ahí que se haya convertido en ley divina aquello de que "puedes engañar a todo el mundo menos a hacienda". Gracias a su labor, el resto de mortales hemos descubierto los agujeros negros por donde se nos escapó el dinero producto de ahorros de toda una vida, o el que nos descuentan de nuestras magras nóminas, bueno los que tengan la suerte de tenerla. Cada día nos despertamos con nuevas revelaciones, casi no alcanzamos a cerrar la boca ante el asombro e indignación cuando aparece un nuevo caso de corrupción y evasión fiscal. Cuando se trata de dinero el sistema funciona de maravilla, las alarmas retumban amenazando sus cimientos y poniendo en marcha un protocolo de actuación tan certero y efectivo que ya lo querrían muchos para sí mismos - salud, por ejemplo - para cerrar todos los resquicios por donde se pueda escapar un mísero centavo, y que ningún bolsillo particular se hinche demasiado, incluso cuando ese mismo bolsillo haya sido cosido por el sistema para auto alimentarse con créditos e intereses. Se señala la corrupción, se acude a los medios de comunicación para montar el reallity apelando al lado más sensible de los ciudadanos: su economía; se condena en plaza pública a las marionetas que pagaban con las dichosas tarjetas y quizás, si devuelven el dinero o terminen con sus huesos en la cárcel la gente se calme, pero eso será una cortina más de humo, un paño de agua tibia que necesita de chivos expiatorios para esconder lo que verdaderamente está siendo engullido por este sistema, que como Saturno, alimenta su hambre devorando a sus propios hijos: la educación, la seguridad social, las pensiones, la vivienda y hasta el derecho a ejercer el voto, que parecía inamovible. Preguntemonos por un momento, ¿si hacienda no hubiese echado en falta esos dineros, habría tenido tanta resonancia el caso de las tarjetas opacas? ¿Por qué no hay tanto revuelo con los recortes a educación, a salud, a vivienda o el empleo? Y es que cuando se trata de sus intereses a hacienda Saturno le da igual que sea un pobre desempleado o un magnate que no sabe en qué gastarse los millones de los contribuyentes, el dinero es el dinero. Lo social, la educación, la salud el empleo es otra cosa y asunto de otros, no nos llamemos a engaño, a estos pillos, Saturno los ha perseguido por evadir impuestos, no por un súbito sentimiento de honradez y justicia social. |