27 de Julio, 2015
Cuando surgió de las aguas, buscó a alguien o un algo que se le pareciera, o con quien tener algo en común. Al principio fue una gota oblonga algo alargada en la parte superior. El día de su consciencia primera, se irguió sobre la arena, con paso tembloroso empezó a caminar, llegó hasta un grupo formado por seres parecidos, pero a medida que se acercaba, las diferencias se acrecentaban. Siguió su camino. Algunos atardeceres se juntaba con extraños, solo por estar al lado de alguien, pero al poco tiempo los abandonaba o ellos decidían marcharse. Con los años fue ganando peso, su cuerpo se hizo más rotundo en algunas contornos, y bajo su nueva apariencia, por fin, encontró seres semejantes, ligeros, interesantes, alegres con los que contempló el sol hundiéndose en el océano. Las noches de luna llena, en el silencio infinito, en la calma de las aguas vio como su cuerpo había cambiado otra vez y en el momento de analizar ese cambio, volvió a hacerlo y luego otra vez y otra y otra. Le costó mucho aceptar que el cambio era su naturaleza. |
Es una tarde de otoño. Gris, fría. Llovizna intermitentemente. El corredor del metro se convierte en un paraíso cálido. Dos desconocidos sentados en el anden. La vida pasa vestida de amarillo a toda velocidad. El hombre desconocido le pide que le hable de su vida. Ella se pregunta de qué vida querría saber él, la personal, laboral o imaginaria, pero no pronuncio ni una palabra. Él la miró como si ella fuese una aparición de quien sabe qué mundo lejano. Sus ojos eran hermosos, profundos, rodeados de lucesitas saltarinas que debían saber a chocolate… si pudiera rozarlos con su lengua. ¡Ay! Él estaba pensando en las delicias del chocolate mientras otra parte de su cerebro esperaba la respuesta de la mujer. ¿Le habría entendido? Ella seguía pensando en escoger modelos de comunicación para crear puentes entre dos cuerpos que esperan sentados en el anden de una estación, donde el tren amarillo hace tiempo partió. El desea que broten las palabras y que cuando salgan de sus labios, le dejen un espacio a su cerebro para poder deslizar las suyas, como que ella es la mujer más guapa e interesante que ha visto en toda su vida, que lo único que desea es conocerla y subirse a ese tren amarillo que esperan en vano. |
Tendría que recoger las palabras del suelo, lavarlas, secarlas al sol y comérmelas como si fueran gominolas. A ver si así aprendo. Luego, mientras ellas viajan dentro de mi, pensaría en colores, por ejemplo, qué parte de mi cuerpo absorbería el color verde de la gominola, en qué hueso el rosa azucarado, en cuál neurona el amarillo fijaría su residencia; eso es más o menos fácil de imaginar, incluso con alguna certeza, la dificultad la lleva implícita ese detestable color vainilla, a veces es muy claro, otras se viste de beige o se camufla con las demás golosinas. No he aprendido nada. |
La última vez que me vi, estaba sentada en el asiento de un gran autobús, de esos más o menos lujosos que las compañías destinan a viajes largos. Elegí uno en la mitad del vehículo junto a la ventana. La estación estaba a oscuras, el bus iluminado tenuemente - si alguien me mirara desde fuera pensaría que estaba contemplando un cuadro hiperrealista de árida soledad -. La imagen llenaría su espíritu de cierta certeza, pero también le angustiaría pensar que en cualquier momento la luz se haría más intensa, el ruido del motor profanaría el silencio de la noche y yo, me marcharía en dirección desconocida y definitiva, precisamente en este tibio mes de mayo. |
La tercera edad en nuestra sociedad tiene muy mala imagen, los ancianos son dejados de lado como objetos inservibles, sin embargo no tiene porque ser así, al contrario, puede ser un momento ideal para hacer aquellas cosas que se postergaron por obligaciones juveniles. Es la edad en que se suman experiencia, tiempo libre, ilusión y con ciertos cuidados, salud.
Claro, no hay que exagerar como en la película The Bucket list- 2007 - dirigida por Rob Reiner y protagonizada por Jack Nicholson y Morgan Freeman. Basta con tener ganas de vivir y empeñarse en ello, por ejemplo enamorarse haciendo oídos sordos a todos aquellos que digan: A su edad, qué disparate. Estas loco, o deja eso a la juventud.
Nadie es inmune al amor y tal como se siente en la juventud, puede durar un día, unos meses o unos años, lo que cambia es lo que busca un ser humano en ese otro ser humano que le hace sentir mariposas en la barriga. En la juventud el amor se puede definir con "devorarse" pero nunca se sabe si eso es amor de verdad, suele ser más bien pasión, deseo carnal que, quizás se limita, a lo que nos hace felices a nosotros y no a la otra persona.
En cambio, pasada esa época, el amor suele volverse más maduro y el ser humano es capaz de amar de verdad a la persona que escoge para compartir su vida, porque entonces ya no se está dominado por la pasión ciega o el sentimentalismo.
Enamorarse, buscar pareja durante la tercera edad, puede ser enormemente satisfactorio, pues es una época en la que los hijos ya se han educado y formado sus propios hogares, se tiene tiempo para dedicarse a disfrutar de los buenos momentos, los que puedan permitirse ese lujo, claro está, si hablamos de personas sanas físicamente y psíquicamente.
Pero enamorarse también implica actividad sexual, otro tema tabú en nuestra sociedad, un aspecto que todo el mundo prefiere evitar o ignorar olímpicamente, pues el sexo se considera una actividad juvenil, olvidando que es una necesidad del ser humano en todas las etapas de su vida.
A esta edad la respuesta carnal es diferente, la mayoría de la gente mayor quiere y puede disfrutar de relaciones activas y satisfactorias, siempre que haga de lado las ideas de terceros que califican a la ancianidad como personas asexuadas o "niños grandes". La imagen de dos mayores acariciándose o dándose un beso suele dar cabida a la burla y al chiste fácil. Cuando es todo lo contrario. Es señal de ternura y afecto.
¿Por qué enamorarse en la tercera edad, es una de las mejores cosas que le puede suceder a una persona? Nada menos que satisfacción personal y autoestima; además, la actividad erótica desencadena la generación de endorfinas u hormonas de la felicidad, sustancias que estimulan los centros de placer en el cerebro a la vez que eliminan dolor, insomnio, estrés y depresión. Debemos ser conscientes de lo que siente o padece un mayor estando sólo. La soledad es mala compañera para todo el mundo, pero para un anciano lo es mucho más y volver a sentirse querido es lo más bonito que le podría pasar en la última etapa de su vida.
Pero lo que más puede afectar a un mayor es la reacción de la propia familia, pues casi siempre se generan escenas dramáticas por el simple hecho de que esta persona quiere ejercer un derecho que tiene. A veces, los hijos, nietos y familiares pueden ser muy egoístas en éste sentido. Por: Lady papa |