24 de Agosto, 2015
La música lo tenía un poco aturdido. Eso, sumando el ruido de las voces, el chocar de vasos y botellas habían logrado anular sus sentidos. La cosa había ido mal todo el día. En la mañana, el café se enfrió demasiado pronto. No le gustaba el café frio. ¿A quién le puede gustar? Después el sol se negó a salir, o unas diabólicas nubes quizás no se lo permitieron. Vaya uno a saber. En la tarde se durmió un poco, con la esperanza de que la cosa mejorara en la noche. Y así se insinuaba: buena música, un grupo interpretando a Ray Charles con bastante acierto. Eso ya espantaba cualquier demonio. Con los aplausos finales el ruido volvió. Sus oídos no podían soportar esa avalancha de sonidos que como cuchillos se clavaban en su cerebro. Apuró la cerveza, de un solo trago se bebió lo que quedaba, con la prisa irreprimible de quien siente un doloroso pinchazo en el pecho. Entonces la vio, justo cuando dejó el vaso sobre el mostrador de la barra, ella voló del fondo, subió como un tornado. Su capa amarilla, su cuerpo enfundado en una malla roja, sus cabellos al viento y en su mano derecha, su corazón roto. |
![]() Llego a su edad adulta sin hacer balance de sus actos, convencido de que era un feliz despreocupado, uno de esos seres a los que los interrogantes o los absurdos ignoran dejándolo en paz años y años, hasta que un día se tropieza con un cesto lleno de apetitosos tunos. No resiste la tentación, escoge el que le parece más jugoso, mientras la boca se le derrite en la antesala del placer, escucha las recomendaciones de la vendedora para librar al fruto de sus espinas y comérselo a gustito. Escoge con cuidado el sitio, desenvuelve el fruto, empieza a quitar la primera piel con las espinas más grandes mientras sus manos se van empapando del jugo y su paladar le apremia. No es capaz de darle tiempo al tiempo y empieza a comer. Nunca sintió un placer tan intenso como en el momento en que el ácido y la pulpa ocuparon su boca. Más tarde, seguía sentado contemplando el mar, intentando contener las lágrimas sin definir hasta que punto su dolor provenía de esos labios inflamados, amoratados y calientes, o del recuerdo de su último amor. Ahora, sobre la línea del infinito mar los dos dolores eran uno solo y él era el único culpable. La vida le había regalado la mujer más maravillosa que jamás habría podido encontrar y él, no sabía que estaba revestida de diminutas espinas. |
![]() Cogió el más grande, lo colocó en la palma de su mano y cerró con fuerza los dedos, sintió como el helado grano se iba deshaciendo con su calor. Cerró los ojos y recordó que algunas veces se ponía a pensar que debería de haber alguna manera de encontrar el camino hacía la concreción. Nunca estuvo muy convencida de que ese fuera el ideal de vida que deseaba, sin embargo ahora, por primera vez, estaba segura. Lastima que los años de su infancia y adolescencia hubieran sido etéreos, construidos con fantasías. La verdad, estaba cansada de ello. Ahora quería cosas concretas, huesos a los que tocar, objetos que obstaculizaran el paso, labios que morder. Sabía que eso implicaba decepciones, pero precisamente ya les había perdido el miedo. |
![]() Todas las historias son verdad, todos sus suspiros saben a café, huelen a ella. Él no quiere que sea así, pero todas las mañanas la saborea sin querer. Ella, por su parte también desayuna su olor mordiendo el cruasán. Eso piensan, cada uno en su mundo, situado a cientos de kilómetros uno del otro. Ninguno de los dos sabe lo que está pasando, lo que les duele en el fondo de su corazón y ahí están, como el aroma del café, una sonrisa, una mirada, el olor de un cuerpo y la vibración de una palabra en la oreja. Y no hacen nada. |
A sus pies iban cayendo las piezas del puzzle, lentas, como perezosos copos de nieve retardando su llegada al suelo, a pisar tierra firme. Le parecía que a las piezas de ese puzzle, tampoco les gustaba mucho la idea de materializarse. Sin duda, era más cómodo no ser nada, no llegar a nada, aunque eso significara derretirse y desaparecer sin dejar huella. |
![]() Desperté en mi cama, cubierta con la manta de siempre, el libro sobre el piso cerca de mi cabecera. Parecía un día normal. Un alegre y luminoso sábado. Me incorporé y sentí un agudo dolor de cabeza, como si algo en mi cerebro hubiese explosionado impulsando mi cuerpo sobre la cama otra vez. Cuando pude abrir los ojos, en el techo blanco se formó un interrogante. ¿Qué había hecho la noche del viernes?. Recordaba que estaba en un lindo restaurante comiendo con un amigo, allí probé una cerveza nueva que me recomendó el camarero, luego la plaza y la gente bebiendo en la calle. También tus ojos, o mejor la manera en que siempre me miras. ¿Estuviste allí? No lo sé. Sólo recuerdo que giré mi cabeza a la derecha y ahí estabas mirándome. Han pasado horas, ya la cabeza no me duele, pero anhelo recordar a dónde me llevaste prendida en tu mirada. |