Dicen que si tuviéramos la oportunidad de ver las cosas al revés de lo que son en realidad, el cerebro tardaría tres días en adaptarse convirtiéndola en algo tan común y normal como antes, así las cosas, el mundo sólo sería asombroso cada tres días.
    Algo similar sucede con las redes virtuales, al principio son una novedad, todo aquél que participa activamente en sitios como Facebook o Twitter, procura dar a conocer lo mejor de sí mismo, se inventa o copia frases celebres, máximas filosóficas, escoge sus mejores fotos y las comparte con todo el mundo.
    Las redes nos conectan con personas que nos brindan la ocasión de sentirnos especiales, nos unen bajo propósitos u objetivos altruistas, como las llamadas a la huelga, las peticiones por un mundo mejor, la protesta e invitación a la desobediencia ante los mecanismos sociales que intentan encerrarnos en aldeas globales aniquilando el pensamiento propio.
    Eso está muy bien, gracias a ellas hemos podido vislumbrar que tal vez tenemos una posibilidad de libertad de expresión y de actuación, sin embargo todo se resume a un instante fugaz, a un periodo de tiempo que aunque alcance a grandes audiencias apenas si logra arañar una realidad que no se rinde porque cuenta con un aliado valiosísimo en su lucha contra el pensamiento, ese aliado no es más que la rutina, el "establishment" que nos aplasta a pesar de los esfuerzos que hacemos para protegernos.
    Basta con seguir todos los días las redes para darnos cuenta que hay períodos de inteligencia brillante pero a medida que pasan las horas, nos vamos encontrando con las mismas frases copiadas una y otra vez, con las mismas fotos trucadas, con las mismas noticias sobre la corrupción en cualquier lugar del planeta,  una mano con un dedo en alto que nos dice que a miles de personas también le gusta eso y nada más, el efecto sorpresa desaparece.
    Durante tres días, hagan el cálculo, podemos sentir asombro, podemos cambiar el mundo, luego el cerebro se adapta y volvemos a sentir el peso de la realidad, aunque sea al revés, está se convierte en la pesada loza que llevamos a cuestas, es nuestra condición de seres ávidos de experiencias, de conocimientos, de aventura, que cada vez exigimos más novedad, más excitación y exaltación como si padeciéramos de un hambre devoradora que consume todo a su paso sin asimilarlo siquiera, no tenemos tiempo para eso, no podemos masticar doce veces por el lado derecho de la mandíbula y otras doce por el izquierdo porque nos quedamos atrás y eso es algo que no nos podemos permitir.  Tragamos rápido, devoramos, desesperamos por lo novedoso sin alimentarnos debidamente, consumimos días y con los días se nos va la vida sin que hayamos vivido de verdad, sin una huella histórica que muestre a las nuevas generaciones lo que hicimos en nuestro paso por la tierra, porque cuando el mundo virtual estalle, toda la información que contiene desaparecerá sin dejar testimonio de nuestro paso, seremos los humanos de las palabras perdidas.