Voy a tener que soñar que subo escaleras a ninguna parte, que abro puertas, donde no hay nadie, que desemboco en pasillos que se desvanecen en la luz del atardecer.

Resulta que ninguna parte es mi meta, sí, una meta abstracta, un punto de encuentro desconocido que puede suceder o no.

Lo real es el camino, el primer escalón, luego el segundo, el tercero, el cuarto. Cuando se pone el pie en cada uno de ellos, se siente la angustia, las manos sudan y el corazón se desboca, los sentimientos se mantienen en el segundo, el tercero, sin embargo, ya en el cuarto la ansiedad va desapareciendo, va dejando lugar a una especie de certeza, de ligereza e incluso de felicidad.

Hay espacio exterior e interior, hay una fuerza motora, una energía que te pone alas. El rostro se relaja, los labios se extienden y una sonrisa ilumina el camino, sientes la tibieza de tu cuerpo derritiendo la frialdad de tu ambiente alrededor.

Ya no hay miedo al mirar hacía adelante, tampoco excesivo optimismo, hay confianza, seguridad y un par de piernas firmes que emprenden el camino.