21 de Noviembre, 2016
Después de un exhaustivo paseo por las ofertas de empleo en diferentes medios, se ha llegado a la conclusión de que este lapso es el único que encuentra una opción de trabajo, que ni siquiera es buena. Sólo diez años. Las empresas quieren gente entre 25 y 35 años, ni muy jóvenes, ni viejos, porque en esta sociedad que irónicamente ha ampliado su perspectivas de vida hasta los 82,33 años, en las mujeres, únicamente ese grupo de elegidos tienen alguna opción, los demás ya pueden ir golpeándose la cabeza contra las piedras a ver cómo consiguen el sustento para ellos mismos y sus familias y si eres mujer, lo tienes claro. Estas lista. Así, mientras por un lado se logran avances, por el otro se destruyen las opciones para la mujer, que jamás lo ha tenido fácil, sus condiciones precarias e irregulares se acentúan con los años, manteniendo el estado de feminización de la pobreza por siempre. No importan los títulos, la disponibilidad de tiempo y la agudeza en los negocios - el DNI y el género son implacables - de otro lado, según un informe publicado recientemente por Infojobs Esade, "las empresas buscan empleados más flexibles en disponibilidad y movilidad, más adaptables en cuanto a áreas, menos exigentes y por supuesto más baratos". Aún así, a pesar de los logros conseguidos a través de la historia, la mujer sigue llevando sobre sus espaldas el lastre de las cargas familiares. Para las empresas - según el mismo informe - esto es sinónimo de mano de obra que no está disponible un 100%, porque se supone que las mujeres tienen que compatibilizar su trabajo con las funciones del hogar tradicionales y el coste que esto representa no lo quieren asumir ni los empresarios ni el Estado. Así las cosas, las mujeres de cierta edad resultan prescindibles en caso de que surjan problemas económicos en la empresa. Resumiendo, la vida laboral de una mujer se reduce a diez, o a lo sumo quince años y en el colectivo van resurgiendo conceptos, que ya creíamos superados, como que el lugar de la mujer está en la familia, que su salario es una ayuda y que por tanto debe estar satisfecha con trabajos a medio tiempo para poder combinar su profesión con su familia. Hay excepciones por supuesto, hay mujeres que se destacan, que logran trabajar hasta el día de su muerte, que son valoradas, incluso revolucionarias, pero son excepciones, son casos aislados, en tanto que la gran mayoría ve con temor como pasan los años mientras contemplan sus títulos universitarios o de maestrías adornando las paredes de sus casas. No tenemos muchos motivos para estar contentas las mujeres hoy día, tampoco tenemos un momento de respiro, porque al menor descuido se nos van arrebatando derechos, se nos va reduciendo el espacio vital, vemos desaparecer oportunidades mientras vamos envejeciendo relegadas a papeles secundarios.
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Todas las tardes, cuando el frio se hacía insoportable en su pobre casa, se enfundaba el abrigo raído y se iba a la biblioteca.
En ese lugar del universo él se sentía extraño, no le gustaba leer, tampoco la música ni el cine. Prefería los bares, el olor a tabaco y las mezcla de perfumes de las mujeres.
Pero la franja horaria de cinco a ocho era insoportable, nunca sabía qué hacer durante ese tiempo, así, por casualidad se vio sentado ante una mesa en la biblioteca de la ciudad, tenía unos cuantos periódicos a su lado para disimular que no leía, se proveyó de un cuaderno y lápices para hacer garabatos.
Durante una semana, las hojas se fueron llenando de dibujos disparatados, de rayas, cruces, círculos o pequeñas patitas que atravesaban las líneas de las hojas, hasta que una tarde unos golpecitos
en el cristal de la ventana captaron su atención.
Levantó la vista y vio a una pequeña y pelirroja ardilla que llamaba su atención tras el cristal con su pequeña patita.
Empezaron a mirarse, a contarse sus cosas y sin darse cuenta ya se estaban citando todos los días ante esa misma ventana, todas las tardes de ese otoño gélido.
Un día se le ocurrió llevarle comida, algo de abrigo para protegerla del frio y de los peligros que le acechaban en su indefensa situación en aquel enorme jardín de la biblioteca.
Así, llegó esa tarde cargado con sus soluciones. Ella apareció, como siempre, pero cuando vio lo que su amigo tenía entre las manos, sus ojos se llenaron de una profunda tristeza.
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Submarino II (serie encadenados)
No, nunca cambié la canción. Back to Black seguía con nosotros los sábados en la ducha, pero terminé aprendiéndome la letra en ingles:
"He Left No Time To Regret
Kept His Dick Wet
With His Same Old Safe Bet
Me And My Head High
And My Tears Dry
Get On Without My Guy
You Went Back To What You Knew
So Far Removed From All That We Went Through
And I Tread A Troubled Track
My Odds Are Stacked
Ill Go Back To Black
We Only Said Good-bye With Words…"
Eran largos y cálidos baños, el espejo se empañaba y mi piel enrojecía bajo la ducha caliente. Un poco rutinario a decir verdad porque nunca cambiaba nada, quería que todo fuese igual, que cada detalle se repitiera una y otra vez como la primera. Usaba el mismo gel, la misma toalla, la misma esponja y le revolvía los cabellos como siempre. Ese gesto era fascinante, como un embrujo que yo conjuraba cada sábado. Su cabello era increíblemente lindo, suave, brillante y yo quería, no sé cómo explicárselo, ¿apoderarme de eso?
Tal vez, por ahí van los hechos. Recuerde que ya no la amaba, pero el brillo de su cabello. ¡Ufff!
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